viernes, 4 de septiembre de 2009

HOY: LA FIRMA INVITADA: ALEJANDRO RODRÍGUEZ GALAN


DE CÓMO SE EMPEZARON A CORTAR LAS OREJAS A LOS TOROS.


El artículo 82 del vigente Reglamento taurino, en su párrafo 1, establece que los premios o trofeos para los espadas consistirán en el saludo desde el tercio, la vuelta al ruedo, la concesión de una o dos orejas del toro que hayan lidiado y la salida a hombros por la puerta principal de la plaza. Únicamente de un modo excepcional, a juicio de la Presidencia, podrá ésta conceder el corte del rabo de la res.

En el punto 2 se establece la forma en que se concederán los trofeos, así como el premio de la vuelta al ruedo para la res que demuestre una bravura excepcional.

Por casi todo el mundo es conocido lo expuesto anteriormente, aunque muchas personas lo interpretan erróneamente, incluidos algunos presidentes, fundamentalmente de plazas de inferior categoría; pero ese no es el objeto de estas líneas, aunque sea materia suficiente para llenar bastantes páginas; sirva, por tanto, solo a modo de introducción para decir que no siempre fue así, que las orejas no siempre se concedieron como un premio, sino que en otra época fueron como una especie de resguardo, y me explico:

En el siglo XVIII, cuando las corridas de toros eran organizadas por las Juntas de Hospitales o por las Reales Maestranzas, se tenía la costumbre de premiar al matador que había tenido una actuación notable y, por tanto, del agrado del público, con las carnes del toro que había estoqueado para que dispusiera de ellas a su antojo y que solía repartir con la cuadrilla; el matador, como señal o justificante que le acreditaba como propietario de aquel premio extraordinario, cortaba una oreja a la res, la enseñaba al público en señal de triunfo y luego la presentaba para que le fuese entregado su suculento premio; ésa es la razón de que diga que la oreja era como un resguardo.

Más tarde, cuando las plazas pasaron a ser explotadas por empresarios, éstos rápidamente consideraron que con la concesión de estos premios, sus intereses se veían marcados y los matadores beneficiados en exceso, mostrándose reacios a continuar con la costumbre, así que se buscó otra formula para premiar a los espadas y se convino en que, a cambio de la oreja cortada y en sustitución de las carnes del toro, se les pagara una onza de oro, valorando así muy a la baja el importe del premio que, hasta entonces, se concedía. No duró mucho esta nueva costumbre ya que los toreros comenzaron a considerar la onza de oro como una propina insignificante que, más que premiar su labor, dañaba su fama y prestigio, quedando, al fin, el premio de las orejas como un símbolo de lo que fue y constituyendo un premio en sí mismas.

Al diestro gitano José Lara Chicorro (1839.1911) (imagen), cupo el honor de recibir la primera oreja que se cortaba en Madrid sin que tuviera la consideración de resguardo; ocurrió el 29 de octubre de 1876 en la plaza de la carretera de Aragón, compartiendo cartel con Lagartijo y Frascuelo que, en presencia de Alfonso XII,la princesa de Asturias y los príncipes de Baviera, estoquearon un toro de Miura, otro de barbero, otro de Benjumea, llamado Medias negras, berrendo en negro, capirote, botinero y bien armado. De salida realizó el salto de la garrocha, luego mediante un recorte ajustado le arrancó la divisa, clavó banderillas de forma magistral, lo pasó de muleta con arte y muy ajustado y lo tumbó de un pinchazo en hueso y un sensacional volapié. Eso es lo que cuentan las crónicas de la época.

Es obvio que al premio de las orejas, que sigue siendo sinónimo de triunfo, no se le da la misma importancia en todas las plazas, puesto que todos los públicos y todos los presidentes no son igual de exigentes se conceden trofeos con demasiada benevolencia, equiparando actuaciones vulgares con otras mucho más meritorias por su valor o por su contenido artístico.

En la plaza de toros de Córdoba, de primera categoría, y a iniciativas de la afición, para que un matador salga en hombros por la puerta de Los Califas se exige que se obtenga el premio de dos orejas de un mismo toro; aunque en realidad la afición había solicitado que fuese necesario cortar tres trofeos en el conjunto de la actuación, y lo había echo con el aval de un consenso sin precedentes en esta ciudad entre los propios aficionados, medios de comunicación, profesionales del toro y los equipos presidenciales y veterinarios. ¿Qué más se podía pedir?.

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